La Obesidad Infantil, ¿cómo combatirla?

Etapas de la epidemia de obesidad infantil.

La primera fase se inició a mediados de la década de los 70 del pasado siglo XX. Esta fase, que se caracteriza por el avance de la obesidad en la población infantil, se desarrolló tan rápidamente que en EEUU hoy, uno de cada tres niñ@s es obeso. En el estado español vamos por el mismo camino aunque, afortunadamente, algo retrasados. En los últimos 15 años la proporción de niñ@s obesos en España se ha triplicado, pasando de 1 de cada 20 a 1 de cada 6. Asistimos ahora al despegue de la 2ª fase de la epidemia que consiste en la disminución de la edad en la que aparecen ciertas enfermedades. La diabetes tipo 2, desconocida hasta hace poco en pediatría, afecta ya a uno de cada tres niñ@s obesos.

Algunos expertos -David Ludwig, de la Universidad de Harvard en la revista “The New England Journal of Medicine” (XII´07)- predicen una tercera fase en el desarrollo de la epidemia. Si nadie consigue impedirlo, antes de 20 años asistiremos a la aparición de enfermedades como infartos o patologías renales, propias de personas de 60 años, a partir de los 35 años. Este proceso puede acelerarse porque, si en una pareja, uno de los dos progenitores padece obesidad y diabetes “tipo 2”, en su descendencia se duplica el riesgo de desarrollar ambas patologías.

 

 ¿Qué hacer?

La lucha por un “peso optimo para toda la vida” debe comenzar desde la infancia. Pero nuestros niñ@s, víctimas de la manipulación publicitaria no pueden hacerlo sol@s. Nosotr@s, aunque también somos víctimas de dicha manipulación, sí podemos. Es más, debemos hacerlo. Los cambios en la dieta diaria son el punto de partida. Es necesario y urgente disminuir la ingesta de hidratos de carbono “rápidos” procedentes de cereales refinados. Estos deben ser sustituidos por hidratos de carbono “lentos” procedentes de frutas, verduras y cereales integrales.

Los refrescos azucarados industriales, incluidas las colas que contienen fructosa, más barata y más dañina que el azúcar refinado, deben ser sustituidos por zumos naturales o por agua. Las grasas deben ser limitadas, especialmente las de origen animal, sustituyéndose por el aceite de oliva y los frutos secos.

 

 ¿Cómo hacerlo?

No esperamos nada de los poderes públicos dominados por el inmenso poder económico y político de las multinacionales de la alimentación globalizada. Es necesario pasar a la acción. Aunque, difícilmente podremos modificar los hábitos de nuestros hij@s si no empezamos por modificar los nuestros. Para que los cambios en la dieta sean profundos y extensos, deben ser deseados porque, es en nuestro deseo donde las multinacionales nos han encadenado. No podremos desear nada diferente, aunque sea bueno, si no lo conocemos. Para aumentar nuestra cultura alimentaria tendremos que disfrutar con el placer gustativo y sensorial que produce consumir alimentos agroecológicos, leer los libros adecuados y participar en los colectivos que defienden la seguridad alimentaria.

Para que nuestro consumo sea realmente responsable y nuestra cultura alimentaria algo más que una pose, debemos tomar distancia con las multinacionales que nos envenenan y después, nos venden a buen precio el antídoto. Las redes de consumidor@s responsables de las ciudades estamos creciendo en diálogo con productor@s agroecológic@s que, sin nuestra cooperación, se ven avocadas a abandonar la producción ecológica o entregarse, doloridas, a Carrefour y otros de su calaña.

Comprometerse con los proyectos de consumidor@s y agricultor@s responsables, fomentar la educación alimentaria y realizar actividades con niñ@s y mayores, impulsa el consumo de alimentos ecológicos. Este consumo sostiene y estimula a los productor@s. La proliferación de consumidor@s y agricultor@s responsables crea las condiciones que obliguen a las autoridades a impedir los abusos publicitarios de las multinacionales dirigidos contra nuestros niños y niñas. Es urgente acabar con la impunidad de quienes condicionan a menores indefensos para que nos exijan alimentos perjudiciales para su salud, inculcándoles hábitos de alimentación enfermantes.

 

Menos chuches, bollería y refrescos industriales y más frutas y verduras.

La obesidad consiste en una acumulación excesiva de tejido adiposo.

En l@s niñ@s, debajo de toda la piel y en las personas jóvenes y adultas, intra-abdominal. En la mayoría de los casos se produce un aumento del peso y del riesgo de contraer enfermedades que afectan a la calidad y esperanza de vida. El 95% de las personas obesas lo son por factores ambientales perfectamente modificables: vida sedentaria y hábitos alimentarios que favorecen un balance positivo de energía y un depósito general de grasa. El Grupo de Trabajo Internacional sobre Obesidad y la Organización Mundial de la Salud han caracterizado la obesidad como la epidemia del siglo XXI.

Según el Informe del Estado de la Salud de la Población de la Comunidad de Madrid en el 2007, el resumen de la alimentación infantil (de 5 a 12 años) es el siguiente: El consumo actual de alimentos presenta un patrón que se aleja de lo recomendable. Contiene demasiados alimentos con alto contenido de grasas saturadas y azúcares simples (carnes, bollos, aperitivos salados, precocinados, zumos y refrescos, chucherías) y demasiados pocos alimentos de alto valor nutricional (frutas, verduras, hortalizas, tubérculos y cereales). El 65,7% de la población infantil comió menos de 200 gr. diarios de verduras, hortalizas y tubérculos y el 58,3% menos de 200 gr. diarios de fruta fresca. Un 6,3% de los niños no come nada de fruta en todo el día. Sin embargo, más de la mitad comió, cada día, un bollo o más y más de un tercio bebió 200 cc o más de zumos o refrescos envasados.

Las frutas y verduras incorporan compuestos antioxidantes que disminuyen o retrasan las mutaciones, el envejecimiento y la muerte en las células de nuestro organismo. Las personas que incorporan habitualmente fruta y verdura en la dieta, reducen sus índices de mortalidad en cada tramo de edad respecto a las que no las consumen habitualmente. También reducen el riesgo de padecer cáncer, diabetes y enfermedades cardiovasculares.

La ingesta recomendable cada día es de tres piezas de fruta y dos raciones de verdura. Aproximadamente 500 gr. en conjunto. La ingesta mínima diaria para una alimentación saludable no debe ser inferior a una pieza de fruta y un plato de verdura.

 

Menos hamburguesas y más lentejas.

Hambre y comida basura son los dos polos de la inseguridad alimentaria global, consecuencia de un modelo regido por el beneficio empresarial que, impunemente, induce hábitos alimentarios reconocidos como enfermantes basados en: a) el abuso de carne, grasa, harina y azúcar refinados, b) el déficit en frutas, verduras y cereales integrales y c) la sustitución progresiva del agua por los refrescos edulcorados.

En los países ricos comemos demasiada carne. Dicha carne procede de animales hacinados, alimentados con piensos y atiborrados de antibióticos y anabolizantes, para engordar más rápido y paliar las consecuencias de una “vida” enferma (inmovilidad y estrés del ganado estabulado). La industria alimentaria necesita, por un lado, producir más kilos de carne y más barata. Por otro, imponer una dieta basada en un alto consumo de proteína animal. La ingesta total en proteína animal de l@s niñ@s de Madrid está en torno al 40%, en lugar del 7,5% recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). En los países del Sur, en lugar de destinarse la tierra fértil a producir alimentos básicos para su propia población, ésta se dedica a la producción de alimentos baratos para nuestro ganado. La consecuencia es, tanto nuestra comida basura, como la expulsión de los campesinos e indígenas pobladores de esas tierras, obligados a hacinarse en las megalópolis del sur o a emigrar al norte que les reclama como mano de obra barata.

También abusamos del azúcar, acostumbrados, desde pequeños, a los dulces, en forma de golosinas, alimentos procesados o refrescos. Un azúcar refinado, que nos descalcifica, blanqueado con productos químicos, que también ingerimos. El cultivo de caña de azúcar procedente de países empobrecidos se produce mediante la explotación de las personas y del suelo de cultivo. A su vez, las multinacionales investigan edulcorantes sintéticos más dulces y baratos para reducir aún más sus costes. En nuestra dependencia “golosa”, dejamos de comer frutas y verduras que contienen, además de los azúcares naturales, otros nutrientes y minerales necesarios para digerirlos.

Las cadenas de comida rápida atraen a las capas sociales con menor poder adquisitivo, que no sólo aceptan, sin reparos, unos productos deleznables como alimentos, sino que con su “inocente” ingesta, propician las condiciones laborales precarias de unos jóvenes que, por un lado, demandan hamburguesas baratas, y por otro son, ellos mismos, carne de producción a bajo coste, gracias a las condiciones de precariedad, escasa cualificación, alta explotación y nulos derechos sindicales.

 

Menos azúcar y más fruta y verdura. La salud está ligada a la alimentación.

Los seres humanos precisan alimentos nutritivos, saludables y en una cantidad adecuada para asegurar su desarrollo como organismo vivo y las condiciones de reproducción como especie. La salud individual y colectiva, presente y futura, depende de la alimentación. Un ser vivo bien alimentado está menos expuesto a enfermedades o tienen consecuencias menores. La inseguridad alimentaria tiene dos dimensiones: la escasez y baja calidad de los alimentos y la insalubridad de los alimentos con sus riesgos sobre salud y reproducción. Cada vez es más frecuente encontrar alimentos inseguros desde el punto de vista nutricional. Para buscar las causas de la inseguridad alimentaria es preciso evaluar el modelo de producción, distribución y consumo de los alimentos. Veamos algunos de ellos.

 

La carne.

En el primer mundo abusamos en nuestra dieta de la carne y otros alimentos derivados del ganado. A consecuencia de ello la producción cárnica mundial se ha quintuplicado en 50 años. Nuestras multinacionales imponen esta dieta como buena en culturas tradicionalmente vegetarianas o con escaso consumo de productos cárnicos como la china y la india. La generalización del consumo masivo de carne necesita de una producción a gran escala en factorías rurales de animales hacinados, alimentados con piensos para un engorde más rápido y atiborrados de antibióticos y anabolizantes para paliar las consecuencias de una “vida” enferma y cruel debida a la inmovilidad y el estrés de la estabulación. Estas son las condiciones para que la industria alimentaria obtenga de forma más rápida y más barata, más kilos de carne. A su vez, nuestros malos hábitos alimentarios son la condición para que las multinacionales vendan sus mercancías y obtengan sus beneficios.

La energía necesaria para producir esta carne es muy superior a la que requiere la proteína de origen vegetal. Una hectárea de cereal para consumo directamente humano supone 5 veces más proteínas que si se emplea para alimentar al ganado que nos proporciona la carne.

Esta dieta “moderna” presenta un balance demoledor: 1) propicia una ganadería sin suelo con problemas insolubles de gestión de los residuos ganaderos cuya consecuencia es una creciente contaminación de las aguas; 2) en los países dependientes, privados de soberanía alimentaria, la tierra fértil para producir alimentos vegetales para la propia población, se dedica a la producción de alimentos baratos para el ganado. La consecuencia es la expulsión de los campesinos e indígenas pobladores de esas tierras, obligados a hacinarse en las megalópolis del sur o a emigrar al norte que les reclama como mano de obra barata y les niega sus derechos humanos. 3) el abuso de la carne provoca enfermedades cardiocirculatorias que son la primera causa de muerte en los países ricos.

 

El azúcar.

Desde pequeños se nos acostumbra a los dulces, bien como medio para entretener el hambre, bien como premio o sustituto de la buena comida, en forma de golosinas, alimentos procesados o refrescos. Ingerimos azúcar refinado que nos descalcifica y blanqueado con productos químicos, que también ingerimos. En aquellos países donde se cultiva la caña de azúcar, se produce una explotación de las personas y del suelo de cultivo. Las empresas investigan para encontrar edulcorantes más dulces y baratos que el azúcar, mientras abandonamos el consumo de frutas y verduras que además de los azúcares naturales contienen otros nutrientes y minerales necesarios para su asimilación.

 

Otra dieta es necesaria.

En la dieta de nuestros niños y jóvenes abundan bollería industrial, alimentos precocinados, patatas fritas, zumos, lácteos y refrescos envasados repletos de azúcares, conservantes y grasas saturadas que aumentan la palatabilidad (el agrado del paladar con un buen sabor corregido artificialmente) y eliminan la sensación de saciedad. El abuso de la carne y de estos alimentos es la causa de la actual epidemia de obesidad. Esta dieta, escasa en fibras, verduras y cereales, provoca enfermedades como diabetes, colesterol, afecciones coronarias, cáncer e hipertensión. Estas enfermedades afectan a los mayores y cada vez más a los jóvenes y niños. Además, el sedentarismo actual favorece la obesidad. Sin actividad física regular, nuestro cuerpo no quema todo lo que ha ingerido diariamente y lo transforma en grasa. La mayoría de las actividades de ocio de los jóvenes hoy son sedentarias, cuando el ejercicio físico es imprescindible para su desarrollo. La publicidad contribuye a propagar un patrón alimentario insano, hipercalórico y con escasos nutrientes.

Los alimentos que comemos en exceso en el primer mundo tienen como condición la escasez, el hambre y las enfermedades en los países empobrecidos. Nuestras multinacionales imponen a estos países la dependencia del mercado mundial para obtener los alimentos que podrían cultivar en sus propios territorios.

Los hábitos alimentarios abusivos y enfermantes que hoy asumimos como normales en los países ricos, son fomentados para promover el consumismo que necesita la producción y distribución industrial y globalizada de alimentos. En el ámbito del consumo, el cambio de los hábitos alimentarios debe partir desde abajo, para acabar obligando a los poderes públicos a asumirlo. A su vez, en el ámbito productivo, l@s trabajador@s no deben ser indiferentes a lo que producen o dejan de producir.

 

Con Mac Donald y coca-cola crece la obesidad infantil.

La obesidad ha alcanzado las dimensiones de una epidemia mundial. Mil setecientos millones de personas presentan alto riesgo de desarrollar enfermedades como diabetes y cardiopatías, relacionadas con el exceso de peso[1]. En la Unión Europea, durante la década de los noventa, 279.000 muertes de mayores de 25 años (el 7,7% del total) son atribuibles al exceso de peso.

En España, el 14,5% de la población adulta es obesa y el 38,5% tiene sobrepeso[2]. Entre la población infantil y juvenil (de 2 a 24 años) los porcentajes son, respectivamente, del 13,9% y del 26,3%. La tasa de obesidad de l@s niñ@s entre 6 y 12 años (16,1%) es de las más elevadas de Europa, se ha triplicado en sólo 10 años y supera la obesidad en adultos. Según la Federación Internacional de Diabetes y la Organización Mundial de la Salud (OMS), el sobrepeso y la obesidad que padecen los menores están cada vez más vinculados a la diabetes tipo 2, hasta hace poco considerada diabetes de adulto porque requiere, para su aparición, de un exceso de peso prolongado.

El crecimiento de la obesidad y de sus enfermedades derivadas tiene que ver con el sedentarismo pero, sobre todo, con los malos hábitos alimentarios. Estos hábitos producen obesidad no sólo por sobrealimentación, sino también por exceso de carnes, grasas, sal y azúcar, en detrimento de pan, pescado, legumbres, frutas y vegetales. Los alimentos frescos y cocinados en casa se sustituyen, cada vez más, por alimentos industriales, precocinados, con conservantes y aditivos. Saltarse el desayuno, no tomar frutas y verduras a diario, beber refrescos en lugar de agua y comer chucherías y comida basura[3], perjudica la salud y aumenta la obesidad. La OMS recomienda que, en una dieta de 2000 calorías (para un adulto), la proporción de azúcar no debe superar los 30-50 gramos diarios. Sin embargo, no dice a la población que una lata de Coca-Cola u otros refrescos, como las bebidas para deportistas, contiene 35 gr de azúcar, supera por sí sola la dosis mínima y no aporta ningún tipo de nutrientes. Estas calorías vacías de elementos nutritivos y cargadas de azúcar refinado que ingerimos con los alimentos industriales son la causa principal de la obesidad, que crece como una epidemia, en las sociedades modernas. La Academia Americana de Pediatría ha alertado del riesgo del consumo de bebidas azucaradas. El organismo metaboliza hasta 100 gr de azúcar en el hígado y 200 gr en los músculos. El resto se transforma en grasa. Un estudio de la dieta de la población escolar en EEUU demostró que una lata diaria de bebida azucarada incrementaba el riesgo de obesidad infantil en un 60%. El aumento de células grasas es difícil de combatir a esa edad porque la restricción calórica necesaria para eliminar tales células, podría afectar a su desarrollo. El 30% de los niños y niñas obesos acaban siendo adultos obesos.

Niños, adolescentes y jóvenes son el objetivo primordial de las presiones publicitarias[4] de las multinacionales de comida basura. Esta presión degrada sus hábitos alimentarios en una etapa de aprendizaje para toda la vida. McDonald y Coca-cola llevan más de 50 años atacando la cultura y la soberanía alimentaria de los pueblos para imponer su comida y su bebida basura. Hasta ahora nadie ha obligado a estas empresas a informar de los peligros que sus productos suponen para la salud. Por el contrario, con el número de establecimientos y las ventas de estas multinacionales crecen también la obesidad y la diabetes de nuestros niños y niñas, así como las enfermedades cardiovasculares en las etapas posteriores de su vida.

En 2005 el gobierno presentó la Estrategia NAOS[5] como desarrollo de las recomendaciones de la OMS[6] para combatir esta epidemia, que señalaban la importancia de prevenir los hábitos alimentarios perjudiciales en las edades más tempranas, empleando para ello, las medidas que cada país considerase más apropiadas. Pero esta política no se da por enterada de la relación, suficientemente demostrada, entre la obesidad y el consumo de los productos de estas multinacionales. Por el contrario, niega expresamente dicha responsabilidad:

“es importante resaltar que el sedentarismo y el déficit de gasto energético, provocados por las nuevas pautas y hábitos de conducta de nuestra sociedad moderna, juegan un papel principal en el aumento de la obesidad y el sobrepeso y no cabe responsabilizar de este problema a la industria española de alimentación y bebidas, ni a productos alimenticios concretos o a su publicidad”.

El Gobierno emplea la Estrategia NAOS para proteger los intereses de las empresas responsables del crecimiento de la obesidad, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares. No evalúa los daños que la expansión de la comida y la bebida basura produce entre la población, en particular en niñ@s y adolescentes. No alerta sobre los riesgos de la continuidad de este modelo de consumo. No promueve la sensibilización sobre la necesidad de no consumir estos productos. No prohíbe su venta en las escuelas, tal como han solicitado la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad y la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición. No toma ninguna de estas medidas, dirigidas al centro del problema, porque eso le enfrentaría con las multinacionales. La Estrategia NAOS es un simulacro de políticas en defensa de la seguridad alimentaria para que todo siga igual. Propicia “Códigos voluntarios de Buena Conducta” para las empresas alimentarias que sólo sirven para limar los aspectos más agresivos de la publicidad dirigida a los menores de 12 años. También establece Convenios con las multinacionales de la alimentación basura para que laven su imagen, mostrándoles como benefactores de los más desfavorecidos y a través de campañas que incentivan el deporte. En estas campañas las multinacionales nos recuerdan, cínicamente, los beneficios de una dieta sana, al mismo tiempo que nos ocultan los daños que sus productos ocasionan a nuestra salud.


Notas:

[1] Fuente: Internacional Obesity Task Force: Fuerza de Choque Internacional contra la Obesidad

[2] Se considera obesidad, para una persona adulta, cuando el índice de masa corporal (IMC) es igual o superior a 30. El IMC es el cociente entre el peso (en kg) y el cuadrado de la estatura (en metros). Se considera sobrepeso, para una persona adulta, cuando el IMC es igual o superior a 25. Fuente: Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad.

[3] Comida basura es el conjunto de alimentos de alto contenido en azúcar y grasas y de bajo coste económico que se venden en establecimientos de comida rápida.

[4] Tanto los adolescentes y jóvenes, como los sectores sociales de bajo poder adquisitivo son más vulnerables a la asociación entre la presión publicitaria y el bajo precio de la comida basura

[5] NAOS: Nutrición, Actividad Física y Prevención de la Obesidad

[6] Ver OMS. “Informe sobre Salud en el mundo 2002: Reducir los riesgos y promover una vida sana”.