¿Hay qué revisar nuestra manera de consumir y alimentarnos en tiempos de crisis?

Hay quien puede pensar que sólo en tiempos de crisis es conveniente revisar nuestra manera de consumir, como medida temporal a olvidar tan pronto como sea posible. El consumo responsable significa decidir las condiciones más saludables, económicas y solidarias de nuestro modelo alimentario.

Nos seguimos encontrando anuncios que nos invitan a olvidarnos de la crisis económica y de nuestra salud con títulos como «¿Crisis? ¿Qué crisis? Los menús más sabrosos de otoño por muy pocos euros». Estos menús se componen de un bocadillo o hamburguesa, patatas fritas y una bebida azucarada.

Según el Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Ramón y Cajal de Madrid la comida rápida o comida basura incorpora todos los elementos que favorecen la obesidad como las grasas saturadas, las grasas «trans», gran cantidad de azúcares, alta densidad energética, porciones excesivas y escasez de fibra, micronutrientes y antioxidantes. La ingesta de calorías en un menú tipo de comida rápida es de 2.200 kcal., equivalente al gasto necesario para correr una maratón. Mientras que en las grandes ciudades la vida se caracteriza por ser cada vez más sedentaria.

Pese a esto, los periódicos nos hablan de un incremento en la ingesta de menús de comida basura porque las personas que la consumen creen que es la opción más barata. Existen una serie de costes ocultos que es necesario visibilizar para entender desde qué óptica esta alimentación resulta barata o cara.

La carne de nuestras hamburguesas procede de animales cebados con piensos cultivados en países pobres donde las personas mueren de hambre porque sus tierras alimentan a nuestros animales. Las personas que trabajan para las multinacionales del sector tienen contratos precarios y sufren graves mermas en sus derechos laborales llegando a prohibírseles el derecho a sindicarse. Consumir comida basura equivale a defender los contratos basura y a perpetuar el hambre en el mundo.

La comida basura vulnera nuestro derecho a alimentarnos adecuadamente en cantidad y calidad suficiente y a defender la soberanía alimentaria de los pueblos. Frente a la crisis actual no sirven estas soluciones que forman parte del problema sino un modelo de consumo responsable y autogestionado que no sólo se centre en comer sano a cualquier precio sino en denunciar las mentiras del sistema alimentario global que permite que convivan en el mundo países en los que cada vez hay más población obesa y enferma y países donde cada vez hay más millones de personas pobres que mueren de hambre.