La Garbancita ecológica en su laberinto

La Garbancita

En los últimos dos años hemos comprobado que, a pesar de la intensa actividad educativa, de ampliación y mejora de nuestra oferta de alimentos y de producción cultural en el terreno de la agroecología y el consumo responsable, no conseguimos una tasa de crecimiento suficiente para equilibrar económicamente nuestro pro­yecto.

No nos comportamos como una em­presa porque no lo somos y eso supone renunciar a los procedimientos de mar­keting que podrían rentabilizar la calidad de nuestra oferta de alimentos ecológi­cos en términos de variedad, cantidad, regularidad, servicio, precios, calidad y vitalidad.

Al ser un movimiento social con di­mensión económica estamos atrapados en un bucle. No crecemos como una em­presa pero tampoco conseguimos crecer a través de los movimientos sociales.

En diversos artículos de la revista Ta­chai hemos analizado la diferencia exis­tente entre la dimensión económica en La Garbancita Ecológica y en los gru­pos de consumo. Para La Garbancita, en ausencia de capi­tal, las exigencias son implacables en dosis masivas de trabajo militante y jornadas agotadoras para un equipo profesional de­cidido a respetar a l@s agricultor@s y a l@s consumidor@s. Para los grupos, los esfuerzos para garantizar la autogestión, sin sa­larios ni alquileres, son diferentes y, por tanto, las cosas se ven de otra manera. La consolidación organizativa y el trayecto de los militantes de La Garbancita Ecológica suponen un patrimonio de experiencia y conocimientos que, lejos de transmitirse fluidamente hacia los grupos de consumo, a veces se manifiestan como una barrera. Es habitual que los grupos se instalen en un conservadurismo que no desborde la dedicación de los militantes más activos.

Nos sorprende comprobar que un es­fuerzo tan grande de producción cultural, ideológica, didáctica y logística pasa des­apercibido para much@s consumidor@s, en unos casos por exceso y en otros, por defecto de militancia. Sin embargo, la rea­lidad es así. Somos un proyecto social y no vamos a renunciar a sostener y dinamizar los grupos de consumo.

Esta contradicción es interna a un pro­yecto social con dimensión económica y hay que contar con ella. Nuestra larga experiencia en creación de grupos de con­sumo nos permite adaptarnos a esta rea­lidad. En estos momentos, a pesar del entris­mo que ha roto varios de los grupos asocia­dos a La Garbancita, hay vivos 25 colectivos de diversa configuración y otros cuatro en formación. Sin embargo, las cosas van demasiado despacio para nuestras necesidades.

En los últimos 2 años hemos tenido experiencias muy dolorosas. Algunos grupos de consumo, o bien bloquean nuestros contenidos culturales tratándo­nos como una distribuidora de alimentos ecológicos, o bien, hegemonizados por representantes de otros proyectos de consumo responsable entran en el nues­tro para estudiarnos, consolidar el grupo y, posteriormente, conducirlo al pro­yecto al que sirven (Getafe-ISA Madrid, primavera 2011; Alcalá de Henares-Lab­vanda-EeA, diciembre 2012 y Barrio de la Concepción-Tredar-Proyecto de CCOO, junio de 2013).

Lo que debería ser cooperación en­tre las distintas identidades del consumo agroecológico autogestionado, se expre­sa de manera competitiva mediante ope­raciones secretas. Estas tácticas son, una vez más, expresión de la presencia de mercantilismo, sectarismo y opor­tunismo en el seno de los mo­vimientos sociales.

Sin embargo, las cosas podrían y deberían ser de otra manera. La Gar­bancita Ecológica puede complementar a un agricultor local que busca, sobre todo, conseguir su propio mercado o a los agricultores noveles de Tredar (proyecto di­namizado por CCOO) “adoptados”, cada uno de ellos, por 10 familias del sindicato o de su círculo de influencia que envían cestas quincenales de 10 kg con 5 hortalizas. Las familias consumidoras se comprometen durante 6 meses, pagando 40 euros por dos cestas al mes con 10 Kg. de verdura cada una.

En el ideario de La Garbancita están el respeto a la cercanía y el apoyo mutuo con iniciativas sociales que promuevan la agroecología y el consumo responsable. Con poco esfuerzo, podríamos organizar una cooperación que complementara lo que proporcionan estos agricultores para facilitar una amplia oferta de productos a los consumidores de esos grupos. Al interrogarnos por la razón de comportamientos desleales desde una retórica de autogestión, sólo podemos concluir que hay personas conseguidoras incapaces de compartir el camino con otros proyectos que integran lo que dicen en su práctica cotidiana.

Los grupos de consumo más vincula­dos a La Garbancita realizan una tarea militante que garantiza la autogestión del grupo y alguna esporádica actividad cultural. Pero no disponemos de grupos que recojan y proyecten la fuerza cul­tural, organizativa y económica que La Garbancita contiene y necesita repro­ducir. En estos momentos, contando con una base social militante y personas con experiencia e iniciativa, podríamos dinamizar el crecimiento de grupos de consumo hasta alcanzar una dimensión capaz de financiar un salario y logística propia para asentar el proyecto en un barrio o pueblo. Lo que a La Garbancita le ha costado 5 años, podríamos repro­ducirlo en 6 meses.

El mecanismo de desarrollo del consu­mo responsable agroecológico es educa­ción alimentaria, creación de puestos de trabajo, logística propia y bases de apoyo social para estabilizar el proyecto en di­versas localidades. Posteriormente, com­partirlo con grupos o redes fraternas para crecer en un contexto de confederación, evitando alcanzar un volumen que entre en contradicción con nuestra identidad de movimiento social con dimensión econó­mica.

Por ser los GAKs el proyecto con más experiencia creíamos que, al crear La Gar­bancita, los grupos de consumo iban a crecer y multiplicarse. Pero no ha sido así. Los mejores militantes, hasta la fecha, tie­nen demasiadas tareas para concentrarse en el fomento del consumo responsable agroecológico, autogestionado, popular y de responsabilidad compartida campo-ciudad. Simétricamente, la complejidad y la profesionalidad del proyecto va más allá de una dedicación de ratos libres o, incluso, de sentarte cuando te cansas.

Necesitamos avanzar con
decisión en los movimientos sociales pero, también, en otras direcciones. La primera de ellas es el medio educativo. Desde la educa­ción alimentaria tenemos algunas activi­dades retribuidas que, aunque con tarifas muy bajas, al intervenir cientos de niños y niñas, suponen una aportación a nues­tro sostenimiento económico. Debemos prestar atención a los comedores esco­lares. Con la educación alimentaria por delante, buscar los contactos adecuados para demostrar que se puede iniciar el camino de una alimentación responsable en la escuela, partiendo de dos o cuatro menús ecológicos mensuales, la mitad de ellos vegetarianos, equilibrados desde el punto de vista nutricional, con recetas apetitosas para los niñ@s y con mensa­jes culturales que abrochen la experiencia sensorial, nutritiva y saludable con las in­formaciones impactantes, convincentes y divertidas sobre los buenos hábitos de alimentación.

En la práctica podemos derribar el mito de que la alimentación ecológica es más cara y, junto a los distintos actores del medio educativo, generar acumula­ción de experiencia, cultura y bienestar que favorezcan, con el crecimiento del consumo responsable agroecológico, la estabilidad de nuestro proyecto.