La F.A.O, el hambre y África

A mediados de noviembre de 2009 se reunían en Roma más de 60 mandatarios mundiales invitados por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación) en una Cumbre que supuso -una vez más- una decepción para los mil millones de personas que sufren hambre en el mundo. Los líderes mundiales exhibieron una absoluta falta de voluntad para garantizar el derecho universal a disponer de alimentos suficientes para una vida digna.

 

Los firmantes de los 192 países reiteraron sus compromisos anteriores “animando” a los países del G-8 a “Respetar plenamente la palabra dada en L´Aquila”, donde prometieron movilizar 22.000 millones de dólares en tres años para garantizar la seguridad alimentaria. Ningún avance en cuanto a plazos, condiciones o nuevas cantidades como admitió, un tanto desilusionado, el secretario general de la FAO, el senegalés Jacques Diouf, que solicitaba 44.000 millones de dólares.
Wilfrid Fox Napier, arzobispo de Durban (Sudáfrica) se atrevía a sugerir tras la Cumbre: “Tengo la impresión de que ésta organización (por la FAO) no conoce cuáles son los verdaderos problemas de alimentación en África.

 

Los africanos no necesitamos los OMG (Organismos Genéticamente Modificados, transgénicos) sino agua. Tenemos nuestros cultivos que crecen muy bien sin necesidad de modificaciones genéticas, siempre y cuando tengan el agua suficiente. Así que ayúdennos a construir pozos, presas y acueductos. No tenemos necesidad de los OMG”. Los transgénicos son una trampa en la que están cayendo muchos dirigentes africanos, títeres del creciente fenómeno de adquisición de tierras en países pobres, por parte de gobiernos y empresas privadas de países occidentales y países emergentes (India, China, Brasil y países del Golfo pérsico) para afianzar su seguridad energética y alimentaria.
Es el caso reciente de Ruanda, un país con escasez de tierras, el gobierno ha decidido ceder 10.000 hectáreas a una sociedad americana (Eco Fuel Global) y a una sociedad británica (Eco Fuel Positive) para el cultivo del “Jatropha Curcas” con el fin de producir bio-diesel. Esta decisión ha sido tomada en el momento en que los precios de alimentos aumentan cada día y mientras muchos ruandeses apenas comen una sola vez al día y presentan una desnutrición evidente. El 60 por cierto de las familias sufren diferentes grados de inseguridad alimentaria. Un campesino resume el drama: “Con un sólo cultivo, destinado a la comercialización, -sin alubias, sin boniatos y sin cereales-, nos es imposible evitar las hambrunas”.

 

Fuente: Comité de Solidaridad con África Negra, Grupo Munzihirva.