Valor y precio de los alimentos ecológicos

El consumidor no informado comprará el alimento mercantilizado, globalizado e industrializado con etiqueta ecológica porque, además de no tener químicos, es más barato.

Grandes inversores ajenos -y contra­rios- a los valores de la Agroecología Cam­pesina y el Consumo Responsable se están posicionando en el mercado agroecológi­co. Llegan atraídos por el aumento de una demanda de alimentos ecológicos tan real como inconsistente. Cuando en Espa­ña se cultivan en ecológico miles de nue­vas hectáreas en el contexto de una pu­jante producción que, por la debilidad de nuestro consumo interno, se comercializa en mercados internacionales, debemos hacernos algunas preguntas.

¿Qué consecuencias tendrán esos nue­vos excedentes productivos sin un aumen­to proporcional de la demanda de consumo? Una parte, se venderá por los canales de exportación que comercializan el 80% de nuestra producción agroecológica. Son mercados de países cuyo clima no es pro­picio para una huerta abundante de todo el año y cuyos consumidorxs tienen más conciencia alimentaria que nosotros. Otra parte de esos alimentos producidos a gran escala, con mecanización intensiva, escasa mano de obra (aunque sin químicos y unos costes de producción 3 veces más bajos que los de una familia campesina), apa­recerán en el mercado interior con unos efectos idénticos a los de los alimentos convencionales tirando los precios.

La economía neoliberal afirma que los aumentos de la oferta generan su propia demanda. Pero, ¿qué demanda? Si el con­sumidor medio tiene información suficien­te, elegirá los alimentos con el mejor perfil en precio, fertilidad de la tierra, biodiver­sidad, semillas autóctonas, maduración en la planta, temporada y distribución en cir­cuito cortos. Con variedad de cultivos y ga­nadería combinada, el ganado se alimenta con forrajes locales y sus excrementos fer­tilizan la tierra. El consumidor informado elegirá el mejor alimento ecológico aun­que su coste de producción -y por lo tanto, su precio- sea superior al de otro alimen­to que, aunque certificado, no cumple las condiciones señaladas.

El consumidor consciente sabe que lo que se ahorra en el precio, lo pagará con creces en pérdida de nutrientes, vitalidad y biodiversidad, salud, agotamiento de los recursos naturales, contaminación por el transporte, ruina de la agricultu­ra familiar, despoblamiento del campo, crisis migratorias y fortalecimiento de las multinacionales del agronegocio. El consumidor no informado comprará el alimento mercantilizado, globalizado e industrializado con etiqueta ecológica porque, además de no tener químicos, es más barato.

Con el crecimiento de la demanda, emergen plataformas de distribución para atender mercados de proximidad (tiendas, restaurantes, colegios, colectivos, grupos de consumo). Toda iniciativa para comercia­lizar nuestra producción agroecológica en el mercado interno, debe ser bienvenida. Pero no se trata de vender a cualquier precio. Un alimento sin químicos, aunque tenga eti­queta, puede no ser un alimento agroecoló­gico, respetuoso con los recursos naturales y con la dignidad de la vida en el campo. Si los proyectos agroecológicos nos metemos en esta dinámica, contribuiremos a que la producción agroecológica acabe igual que la producción convencional.

Cientos de hectáreas de monocultivo biológico mecanizado permiten un coste de producción que arruinará a explotacio­nes campesinas con menor escala, mayor biodiversidad, más intensidad en mano de obra y más eficiencia en términos eco­lógicos y saludables. La ventaja competi­tiva de la producción a gran escala supo­ne una dramática desventaja biológica, económica, social y demográfica porque la agricultura campesina no podrá sobre­ponerse a la competencia de un falso ali­mento ecológico. Esta comida biológica será casi igual que la convencional, solo que con menos plaguicidas, herbicidas y fungicidas químicos.

La alternativa es: cooperación de campesinxs agroecológicxs, consumidor@s responsables, padres, madres, maestrxs, pe­queños comerciantes y restau­radores frente a la alimentación industrializada y la falsa alimen­tación agroecológica. La cadena de valor de los alimentos ecoló­gicos debe garantizar bienestar humano, ecosistemas sosteni­bles, reparación de la huella eco­lógica y cierre de la brecha me­tabólica entre campo/producción y ciudad/consumo. Es decir: tra­zabilidad, vitalidad, temporada, cercanía, precios justos, trabajo digno y respeto a los animales. Esto sólo es posible con cultu­ra alimentaria y responsabilidad compartida. En el medio escolar hay que explicar claramente que el certificado oficial, siendo ne­cesario, no es suficiente y, por el camino que vamos, va a ser con­traproducente.

Firmado La Garbancita Ecológica

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Manifiesto: Agroecología y Consumo Responsable. Ni una especie menos, ni un grado más.

 

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