¿Que hace esa fresa en tu mesa?

Pocos cultivos simbolizan la globalización alimentaria como la fresa de Huelva. El mercado mundial permite que, ya en enero, tengamos fresas a nuestra disposición.
Este “milagro” se debe a diversos factores: a) la selección de variedades más tempranas, insípidas y de menor calidad nutritiva; b) la contaminación de aguas y suelos por el empleo de fertilizantes, herbicidas e insecticidas químicos; c) la destrucción de la fertilidad de la tierra, compensada a corto plazo por los fertilizantes químicos, y d) la explotación del trabajo.
La fresa es un cultivo industrial globalizado que aprovecha las ventajas económicas de cada lugar. Diversos municipios de Huelva especializados en producir fresa, concentran 7.000 hectáreas y constituyen el segundo enclave mundial después de California. Su destino son los mercados europeos de alto poder adquisitivo situados en Francia, Alemania y Reino Unido. Las multinacionales alimentarias realizan la investigación y producción de variedades en California, los semilleros en Valladolid y el cultivo en Huelva. Una mano de obra inmigrante contratada en origen en Ecuador, Polonia y Rumania, facilita la flexibilidad que necesita el mercado.
El alto consumo de fertilizantes, plásticos, pesticidas y mano de obra obliga a las explotaciones más pequeñas a endeudarse con los bancos. La inversión, cada vez mayor para conseguir variedades más tempranas y adelantar el cultivo, implica asumir mayor riesgo de heladas y la posible aparición en el mercado, de fresas procedentes de climas más benignos que se adelantan de forma natural y son más baratas. Esta violencia competitiva causa la ruina de los pequeños agricultores, los movimientos migratorios y, a la postre, deslocalización productiva.
También aumenta la explotación y precarización de l@s trabajador@s del campo (reducción de salario, alargamiento de jornada, destajo, incumplimiento de los convenios), aprovechando la indefensión de las personas inmigrantes, especialmente las mujeres contratadas en origen, cuyos patronos ejercen sobre ellas su dominio empresarial y machista.
La competencia del mercado global provoca la sustitución de las zonas de cultivo buscando las de mayor ventaja para los mercados internacionales: de Aranjuez o California a Huelva y de Huelva a Marruecos. Las empresas más grandes movilizan sus capitales a las nuevas regiones productoras, contribuyendo así a la continua bajada de los precios y al excedente de producción que arruina a las empresas más pequeñas.
Como consumidor@s responsables debemos plantearnos si tenemos derecho a consumir fuera de temporada una fresa que nos convierte en cómplices de la explotación de l@s trabajador@s y la destrucción de la naturaleza. ¿Qué hace esa fresa en tu mesa?, es un libro editado por diversos colectivos sociales (Atrapasueños, CAES, SOC, Autonomía SUR, ODS y UNILCO). En él se muestra lo que se esconde detrás del “oro rojo” que ha transformado comarcas enteras de Huelva, así como el daño a la salud que produce su consumo.
Dentro del programa matinal “Nosotras en el Mundo” de Radio Vallekas, en la sección titulada “Agroecología y Consumo Responsable” puedes descargarte los programas dedicados al cultivo de la fresa: “A la rica fresa van mujeres pobres” (diciembre 2006) y “A la rica fresa de sabor amargo” (marzo de 2005)
La fresa es rica en vitaminas C, A y B1, potasio y calcio. Contiene hierro, magnesio, fósforo y oligoelementos. Presenta propiedades diuréticas, depurativas y laxantes. Regula las funciones hepáticas, nerviosas y endocrinas. Tonifica la piel y baja la tensión arterial.
Pocos cultivos simbolizan la globalización alimentaria como el de la fresa de Huelva. Veamos sus rasgos.
Tradicionalmente la fresa y el fresón procedían de Aranjuez. Su sabor era exquisito y su temporada de consumo comenzaba en mayo durando algo más de un mes. El mercado mundial permite que, ya en enero, tengamos fresas a nuestra disposición.
Este “milagro” se debe a la selección de variedades más tempranas, insípidas y de menor calidad nutritiva y el empleo de fertilizantes, herbicidas e insecticidas químicos que contaminan aguas y suelos y destruyen la fertilidad de la tierra.
La fresa es un cultivo industrial que aprovecha las ventajas de cada territorio. Las multinacionales alimentarias realizan la investigación y producción de variedades en California, los semilleros en Valladolid y el cultivo en Huelva. Unos cuantos municipios de Huelva se han especializado en el monocultivo de la fresa. La mano de obra inmigrante es contratada en origen en
Ecuador, Polonia, Rumania, Marruecos y Filipinas. Su destino final son los mercados de alto poder adquisitivo de Europa situados en Francia, Alemania y Reino Unido.
Concentrado en 7.000 hectáreas, Huelva es el segundo productor mundial después de California. Al comienzo de la temporada, los precios, controlados por las multinacionales, están altos para el productor. Según avanza la campaña y aumenta la producción de otras zonas, la gran distribución comienza a imponer precios más bajos. Al final de la campaña, los precios son tan bajos que el fruto se abandona en la tierra. El alto consumo de fertilizantes, plásticos, pesticidas y mano de obra obliga a las explotaciones más pequeñas a endeudarse con los bancos.
Esta violencia competitiva produce la deslocalización productiva, la ruina de los pequeños agricultores y los movimientos migratorios. La inversión para conseguir variedades más tempranas y adelantar el cultivo, implica asumir mayor riesgo de heladas y la posible aparición en el mercado de fresas procedentes de climas más benignos, que se adelantan en el calendario y son más baratas.
Estos problemas aumentan la explotación de l@s trabajador@s del campo (reducción de salario, alargamiento de jornada, destajo, incumplimiento de los convenios), aprovechando la indefensión de las personas inmigrantes, especialmente las mujeres contratadas en origen. Al tajo de la rica fresa van mujeres pobres, cuyos patronos ejercen sobre ellas su dominio empresarial y machista.
La competencia del mercado global provoca la sustitución de las zonas de cultivo tradicional por las de mayor ventaja para los mercados internacionales: de Aranjuez o California a Huelva y de Huelva a Marruecos. Las empresas más grandes y competitivas movilizan sus capitales a las nuevas regiones productoras, contribuyendo así a la continua bajada de los precios y al excedente de producción que arruina a las explotaciones más pequeñas. Como consumidor@s responsables debemos plantearnos si tenemos o no derecho a consumir todo el año una fresa amarga que nos convierte en cómplices de la explotación de l@s trabajador@s y la destrucción de la naturaleza.
Para más información sobre la realidad que viven est@s trabajador@s escucha los programas de Agroecología y Consumo Responsable “A la rica fresa van mujeres pobres” (diciembre 2006) y “A la rica fresa de sabor amargo” (marzo de 2005)
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